Los negociantes del mal
sostienen la tesis de que todas las personas tienen su precio.
Es
fácil preguntarle a cualquiera, ¿Cuál es tu precio?; y por consiguiente, es
fácil hacernos la idea de lo que representaría cualquier cantidad de dinero
rápido para cualquier persona. El pecado de la avaricia y la ambición resulta
ser el de más fácil respuesta ante la tentación.
Por
esta razón es que los infames sostienen que dependiendo de unas cuantas
variables, todas las personas tendrán relativamente un monto de dinero por el
que estarán dispuestas a hacer cualquier cosa.
De
hecho es común escuchar la expresión “ni por todo el dinero del mundo”
refiriéndose a hacer algo que se considera repudiable.
Pero
entre decirlo y hacerlo ciertamente hay un gran abismo; y solo el puente de los
principios y valores practicados puede franquear un paso aunque dificultoso
pero con altas posibilidades de éxito.
Caer
en la práctica inmoral del soborno producirá al principio un estado consciente
de culpabilidad que poco a poco se disipará convirtiéndose en un hábito
corrupto, tendiente al instinto animal.
Mantener
la honorabilidad y haber tenido la suficiente fuerza de voluntad para rechazar
las ofertas de corrupción, enriquece el carácter humano, tendiente a la
perfección.