Es
realmente triste encontrarse en la situación en que aquel a quien alguien no le
simpatiza y ostentando el poder manipula las reglas del juego con tal de
neutralizar al que considera oponente atropellando toda la institucionalidad
existente.
En ambientes así, qué esperanza puede tener cualquier persona del respeto a la institucionalidad y a la estabilidad de las reglas del juego, si el cualquier momento pueden ser manipuladas al antojo de cualquiera que teniendo el poder se le ocurra cualquier cosa.
Nosotros
lo vivimos en carne viva en una iglesia donde el líder principal con tal de
menguar nuestro trabajo comenzó a manipular las reglas hasta el punto de que
con argucia tras argucia nos dejó en el limbo, prácticamente expulsados de la
iglesia.
Llegó
al punto de darle una especie de golpe de estado al consejo de diáconos que no
eran manipulables para imponer los que él quería; así lo dijo claramente desde
el púlpito: “estos hermanos son con los que yo quiero trabajar”. Esa vez hasta
abolió las tradicionales elecciones. Con su soberbia y su poder institucional
estaba imponiendo su voluntad caprichosa.
Este
pastor que aún recordamos con dolor pero sin rencor tenía incluso el semblante
de un presidente suramericano que ha lucido las mismas características en su
gobierno.
Abocó
el poder total para poder ignorar al congreso en la promulgación de leyes y en
menos de dos años lleva como cincuenta leyes emitidas calzadas a su antojo.En ambientes así, qué esperanza puede tener cualquier persona del respeto a la institucionalidad y a la estabilidad de las reglas del juego, si el cualquier momento pueden ser manipuladas al antojo de cualquiera que teniendo el poder se le ocurra cualquier cosa.
Ni
quisiéramos decirlo, pero con mucha pena algo similar está ocurriendo en
nuestro país entre el poder judicial y el legislativo. Un tremendo impasse para
la toma de posesión de los nuevos magistrados por falta de un acuerdo sensato y
civilizado; así que a sacar chispa, a crispar los ánimos, a imponer nuevas
reglas del juego y he ahí el resultado: un nuevo decreto para apartar al
oponente y hacer lo que una de las partes quiere hacer a toda costa y sin
considerar ninguna otra alternativa.
Es
triste, es vergonzoso y hasta inhumano que los que nos consideramos personas
civilizadas no podamos ponernos de acuerdo y se nos sea tan difícil respetar
las reglas del juego.
Es
la más alta demostración del pecado del irrespeto que viene desde los primeros
seres humanos en el huerto del Edén y por el cual fueron echados a sufrir las inclemencias
provocadas por ellos mismos.