El caso de adulterio del líder religioso viene a sumarse a
la lista de otros tantos donde la teoría y práctica de valores cristianos es pisoteada
por los deleites carnales; y no habría más que decir si no fuera por la
peculiaridad de algunos hechos circundantes:
-Haber hecho acusaciones públicas a otros como la misma protagonizada.
-Que el abogado defensor manifestara cínicamente que para
justificar la falta estaban inventando una nueva doctrina llamada “infidelidad
responsable”.
-Una actitud contumaz ante las cámaras.
Estos hechos suelen causar un grave daño a la institución
que se representa, en este caso, la iglesia evangélica. Por lo que la sociedad
entera esperaría al menos:
-Una sincera actitud de arrepentimiento.
-Un responsable perdón público a la feligresía y a la
sociedad; y principalmente,
-Un real proceso de restauración.
Esto vendría a investir de legitimidad a la
institucionalidad religiosa manteniéndola intacta ante las embestidas de los
errores humanos; y por otro lado, permitiría alguna prerrogativa al inculpado
al mostrarlo a la sociedad como una persona igual que cualquier otra expuesta a
las mismas tentaciones, pero con una sugerente enseñanza sobre la inexcusable necesidad
de restauración para mantener la comunión espiritual.
En otras palabras, no más impunidad eclesiástica.