En la sociedad moderna, en general el reconocimiento de la mujer como tal ha experimentado un importante auge.
Cualquier persona que se considere civilizado y sensato no reparará en el género en el desempeño de cualquier función dentro de la sociedad, si se trata de una mujer o de un hombre. Es decir, que sea un presidente o una presidenta; un profesor o una profesora, un doctor o una doctora, qué más da. Ni siquiera nos detenemos a pensar en eso.
Precisamente de eso trata el feminismo genuino, según la misma concepción de la palabra en el diccionario de la RAE: “Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Hasta ahí no hay ningún problema y existen notables avances.
Nuestra visión sobre el tema aborda inexcusablemente el papel justo que le corresponde como tal. No estamos hablando de igualdades porque Dios hizo hombre y mujer, no dos hombres ni dos mujeres; esto implica necesariamente una diferenciación de funciones en el plano conyugal y familiar pero indiscutiblemente una equiparación de capacidades y un contundente rechazo a cualquier tipo de discriminación.
(Extracto de la introducción del miniensayo: “El Verdadero Feminismo” del libro: “REFLEXIOTECA 2011”, próximo a publicarse)