Es una sana costumbre trazarnos propósitos cada inicio de año. Algunas personas incluso se toman la delicadeza de escribirlos para que se mantengan vivos en la memoria y por ende realizar los esfuerzos necesarios para cumplirlos.
La mayoría de estos rozan la rutina de vida que llevamos y algunas cosas que deberían ser rutinarias pero que por encontrarnos en un estado bajo cero a ese respecto, nos vemos forzados a buscar por lo menos el estándar mínimo; como por ejemplo, hacer ejercicio, leer más, asistir más regularmente a la iglesia, estudiar algo y otros similares.
Todo esto está bien y de lograrlo sin lugar a dudas traerá muchos beneficios a nuestras vidas incrementando nuestra calidad de vida.
Pero, ¿Acaso son esos propósitos lo más que podemos alcanzar?. O dicho de otra manera, ¿Podemos ser capaces de pensar en un propósito que consideremos imposible de alcanzar?.
Pues de eso se trata: En pensar en un logro que de antemano creamos que no lo vamos a lograr. Ese será un verdadero propósito al que llamaremos el Gran Propósito de Año Nuevo.
Este debe tener dos características esenciales:
a) Que mejore nuestra calidad de vida personal (satisfacción, paz, felicidad, realización).
b) Que incluya algún beneficio para alguien más (familia, vecinos, sociedad).
Ahora los tres pasos para su logro:
1. La Concepción. Pensemos lo más alto posible. Enmarcados en lo que más nos gusta o gustaría hacer.
2. Los Recursos. Consideremos todos los recursos que son necesarios para su consecución; desde habilidades, preparación, tiempo, relaciones y obviamente monetarios.
3. Pagar el Precio. Nada que sea bueno y valga la pena es fácil. Así que a trabajar duro, a sudar la gota pero con el aliciente y satisfacción de estarle dando forma a nuestro Gran Propósito de Año Nuevo.
Dios mediante, el 28 de diciembre, último miércoles de este año, retomaremos este tema y ojalá podamos celebrar con satisfacción el logro de nuestro Gran Propósito de Año Nuevo.